domingo, 22 de junio de 2008

El mito de Teseo y el Minotauro

El mito de Teseo y el Minotauro

Teseo era hijo del Rey de Atenas, Egeo. Esta ciudad padecía por entonces una gran penuria anunciada ya por el oráculo.
Minos, el Rey de Creta, había vencido a los atenienses en una guerra y les había impuesto un castigo terrible. Cada siete años, los habitantes de Atenas debían enviar a siete jóvenes y a siete doncellas para ser devoradas en Creta por el Minotauro.
El Minotauro era un terrible monstruo, con cuerpo fuerte de hombre y cabeza de toro, y se alimentaba de carne humana. Tal era su ferocidad, que el Rey Minos encargó al famoso arquitecto Dédalo, la construcción de un complejo laberinto, al cual se podía entrar, pero no salir.
Atenas pagó tres veces el sangriento tributo, pero a la cuarta vez, Teseo se ofreció como voluntario entre los siete jóvenes, para acabar con él.
Preocupado, su padre Egeo le pidió.
- Teseo, hijo bienamado, que los dioses te protejan. La nave que te conduce lleva velas negras. Cuando regreses vencedor del Minotauro, cámbialas por velas blancas. De ese modo, a la distancia, conoceré la noticia de tu victoria.
Teseo prometió a su padre que así lo haría, y zarpó en una nave junto a los otros jóvenes rumbo a Creta.
El poderoso Rey Minos recibió a los atenienses. Deseaba conocer al joven Teseo, de cuya valentía había oído hablar. Para impresionarlo, le dijo de modo burlón mientras arrojaba al agua su anillo:
- Me han dicho, Teseo, que el dios Poseidón te tiene bajo su protección. Si es cierto, díle que te ayude a recuperar ese anillo.
Teseo le respondió:
- Demuestra tú primero que el mismo Zeus, padre de todos los dioses, te tiene bajo su protección.
Zeus, que realmente era protector de Minos, no se hizo esperar: arrojó desde los cielos rayos y truenos que iluminaron el mar, levantando olas gigantescas que sacudía la nave donde estaba Teseo.
El héroe se arrojó al mar. Allí, el dios Poseidón lo recibió con alegría. Estaba sentado sobre un carro de oro y joyas tirado por bellas ninfas marinas. A un leve gesto del dios, un pez azulino velozmente recuperó el anillo del fondo del mar. Segundos después, Teseo emergió del mar con el anillo en una de sus manos y frágiles estrellas en la otra.
Los atenienses debieron esperar al día siguiente para combatir con el Minotauro.
En la noche, Ariadna, la joven hija de Minos, impresionada por la hazaña de Teseo, se acercó hacia él, deslumbrada por su belleza.
- Valeroso Teseo, podrás vencer a la bestia con tu valor y tu espada, pero nunca lograrás salir del laberinto. Te entrego este ovillo de hilo mágico. Ata la punta a la entrada del laberinto y consérvalo en tu mano. El hilo se irá desenrollando cuando avances por los corredores del laberinto. Cuando desees regresar, te bastará seguir el hilo para encontrar la salida.
A la mañana siguiente Teseo entró primero en el laberinto. En una mano llevaba la espada de su padre, en la otra el ovillo de Ariadna.
Desde lejos escucho el bramido de fuego del Minotauro, pero sólo se enfrentó con él después de llegar al centro mismo del laberinto.
El combate duró largas horas. La bestia arremetía contra el joven, clavándole sus cuernos, y golpeándolo con fuerza sobrehumana. Teseo resistió los golpes y las heridas. Cuando logró separarse del animal, tomó fuerzas, se lanzó contra él con la espada en alto y le atravesó el corazón. El Minotauro cayó muerto sin exhalar ni un suspiro.
Teseo siguió el hilo de Ariadna para hallar la salida. Ella y los jóvenes y las doncellas atenienses que se habían librado de una muerte horrible abrazaron al Héroe. Sigilosamente, subieron a bordo de la nave y esa misma mañana huyeron hacia Atenas. Ariadna viajaba junto a Teseo.
Al llegar a la isla de Naxos, algo interrumpió su felicidad. Dionisio, uno de los dioses del Olimpo, vio a la princesa y deseó inmediatamente casarse con ella. La joven se despidió de Teseo llorando.
Los atenienses siguieron viaje sin dejar de festejar la victoria sobre el Minotauro. El recuerdo de la partida de Ariadna hizo olvidar a Teseo la promesa hecha a su padre. La nave avanzaba hacia Atenas con las negras velas desplegadas. Desde el borde de un barranco, Egeo divisó el navío. Su alma se estremeció de dolor al pensar que su amado hijo había muerto en Creta. No pudiendo soportar la pena, Egeo se arrojó al mar, a ese mar que baña las costas de Grecia y que, desde entonces, lleva su nombre.
Al desembarcar, Teseo se enteró de la muerte de su padre. En medio de la tristeza, Teseo fue proclamado Rey de Atenas. Fue un Rey bueno y justo, pero su reinado estuvo coronado de luchas y tragedias, como su vida, signada desde su nacimiento por la gloria y la sombra de la desgracia.


Adaptación de Rafael Fagonde

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